sábado, febrero 13, 2010

El mediador entre el cerebro y la mano ha de ser el corazón


Es inevitable pensar en esta frase como una ecuación, nada extraño si se trata de una producción cinematográfica alemana donde prima la rigurosidad y el orden. Podríamos decir que resulta obvio, sin embargo, no se deja de lado la sensibilidad omnipresente y que se fundamenta en el sentido de la trama. Resulta común imaginar que constantemente nuestra conciencia está haciéndonos un llamado, el cual pocas veces es escuchado sin pensar que de lo contrario se podrían lograr buenas cosas. Maria es la conciencia que aclama por justicia, dejando caer un mensaje que sólo algunos escucharán, especialmente el mediador. Una metáfora que ataca al clasismo y que repudia lo injusto.
Lo impersonal, la rigidez y las máquinas son los principales actores, no es casual si se trata de una historia recreada en la segunda década del siglo XXI, donde coincidentemente esos aspectos parecen ser protagonistas también en la actualidad. Durante el preludio se aprecia una continuidad narrativa y muy dinámica, donde escena a escena se va recreando la historia con encuadres fijos y algunos travellings, que no marcaron gran diferencia en la edición de la película y que no la hacen destacarse por ello. Distintamente, cuando la obr se acerca al final, pierde un poco lo metafórico, pasando a escenas exageradamente melodramáticas que interrumpen la inmersión lograda en el principio.
Subliminalmente se observa la irreverencia propia de la época presentada en el argumento y por qué no decirlo también, de los locos años 20. Dicha característica se lleva a cabo con desnudos que inéditamente aparecen en la cinta, despertando curiosidad para el espectador. Así mismo, se ve retratado en el exótico lugar Yoshiwara, donde el foxtrot acompaña conceptualmente. Este último lugar representa la desvergüenza y el descuido hacia lo que en realidad está sucediendo. Curioso es también la semántica que se maneja en lo que respecta al concepto de trabajar, pues, ya no se trata de la incipiente Revolución Industrial de finales del siglo XIX, donde la máquina comienza a reemplazar al hombre, sino que se habla de roles invertidos que consiste en humanos trabajando para ellas. Siguiendo con las curiosidades, es inevitable comentar la inundación que ocurre en el clímax de la obra, parece necesario encontrar un punto de equilibrio entre Jon Fredersen y los obreros, expresado metafóricamente en el momento en que el agua comienza a inundar la ciudad; en otras palabras, lo de abajo sube y lo de arriba baja, favoreciendo notablemente el concilio entre ambas partes.
En conjunto, la cinta comprende un desarrollo de temas representados por una suerte de  expresionismo, complementando lo metafórico y existencial, desde un punto de vista objetivo y a partir de entornos propios del diseño germano, limpios, lineales y muy figurativos.
La consistencia de esta obra radica en remecer a las personas, haciendo un llamado a la voluntad social, donde nosotros mismos somos protagonistas y a su vez, denotando que la gran riqueza no está en lo material, sino que en saber escuchar, entender y actuar.

El expresionismo alemán que tuvo auge durante las primeras décadas del siglo pasado, se manifiesta en todo su esplendor a través de lo arquitectónico, con escenarios que rescatan la oscuridad para los obreros y la claridad en el mundo superior, donde está la supervivencia de la alta sociedad. Dejando evidentes diferenciaciones entre ambos mundos y transportándonos a una era diferente, con altos edificios e innumerables propuestas para el entorno del siglo XXI. Pero todo eso no es más que el resultado del ingenio de la época, conocido como el efecto Shüfftan, donde la cámara enfoca lo que se reflejaba a través de un espejo, simultáneo al escenario en sí. Estas filmaciones consiguieron ser un gran aporte para continuar con filmes de ciencia-ficción, ya que recurrentemente se utilizaban escenografías que no eran reales.
La música, hecha de manera espontánea, logra retratar mediante el compás cada una de las situaciones recreadas; destacablemente, se escogió una melodía para cada personaje, pasando desde un relajado waltz para la escena de los jardines, hasta la Marsellesa  en los momentos de agitación y revolución. Estas cuidadosas elecciones musicales integran positivamente la sucesión de actos y le entrega mayor emocionalidad a la obra de Fritz Lang.