Ingmar Bergmann, director y autor de esta obra, logra descubrir que el silencio inquieta al ser humano, a tal punto que de estar en el caso, haríamos cualquier cosa por hacer que la ausencia de sonido alguno se de por terminado. No podemos vivir sin comunicarnos, pudiendo hacerlo, ni estar sin escuchar al otro, aún cuando haya una condición de por medio que lo impida.
La palabra persona, cuya semántica nos dice que se trata de un ente racional y consiente de sí mismo, se ve reinterpretada por el autor, atribuyendo un significado casual que tiene relación con el ser y el estar. La mudez de Elisabeth, actriz de profesión, la incita a no hacer más que estar en la película, sin embargo, ella logra más que eso a través de la incipiente dominación hacia su compañera, Alma. Estamos hablando de una supremacía que se efectúa mediante la nada y el silencio, dejando en evidencia el temor que existe por parte de los seres humanos hacia lo inexistente, a la ausencia de un simple intercambio de palabras. ¿Acaso el silencio terminaría por enloquecer a una persona?. El ser humano es tan racional que necesita una réplica, para afirmar que existe; el evidente problema de reciprocidad en la película afecta a la persona, haciéndole creer que ya no somos necesarios, que nuestro raciocinio está para otros asuntos y no para ser persona. Dicho esto, ¿será entonces que la dominación por parte del silencio, ya mencionado en numerosos análisis de la cinta, realmente sea una dominación? Más parece una expropiación de la propia personalidad, pues se entrega una parte inmaterial y confidencial a otro ser que solo escucha que no tiene mucho que aportar, atribuyendo una falta a la condición intrínseca de ser únicos y dueños de nosotros mismos.
Por otra parte, la monotonía proporcionada por la ausencia del color, sumado a la mudez de Elisabeth, la actriz, dan origen a escenas unipersonales, donde Alma prácticamente hace monólogos. Sin embargo existen estímulos en el comienzo y en la mitad de la cinta, donde el director lanza imágenes visualmente sucias y muy agresivas que consiguen un despertar para el espectador. Pero estas imágenes además tienen una participación clave en el contexto de la obra, más aún, las del inicio nos sirven para relacionarlas con los temas omnipresentes durante la película. Al mismo tiempo, a través de escenas muy hipnotizantes, como la del niño acostado y que mira fijamente hacia un fuera de campo que nos mantiene sumisos a la incertidumbre, nos adecuamos a este estilo de cine impactante, analista y muy complejo, donde vemos más ideas y conceptos, que argumento y relato. El abuso de primeros planos, que definen el probable interés personal por destacar las atrayentes facciones de las actrices, dan una connotación de culto a la belleza que no es menos importante si tomamos en cuenta el contexto de la película. No es casual que en esta historia haya una enfermera y una actriz. Es inevitable especular entonces, que ambos personajes históricamente han sido representados por mujeres atractivas y que de alguna manera estuvieron pensados previamente para crear un factor común, la belleza.
Tomando en cuenta la historia de las protagonistas, donde una de ellas tiene como vocación ser una compañera por excelencia y que está preparada para entregarse por entero a la ayuda del otro, mientras que la actriz tiene como don el saber comunicarse, podemos apreciar que el autor de esta película nos alerta sobre estados existenciales de los individuos y formas de comunicación. Queda en evidencia que el silencio es una forma de hacerlo y que para ser persona no basta con ser racional, si no más bien, con perder la razón y darse cuenta de lo necesario que es el todo, frente a la nada.
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